jueves, 8 de noviembre de 2007

María Pagés traza un puente de arte español en Nueva York

Servicios Google/ABC.es

ANNA GRAU
NUEVA YORK. «
Pero bueno, ¿otra vez aquí?», se comentaban unos periodistas a otros en la puerta del Baryshnikov Arts Center (BAC). Y es que los cuarteles generales del bailarín ruso Mikhaïl Baryshnikov en Nueva York ya parecen la Santiago de Compostela de la prensa española acreditada. Ahora toca ir para ver a la bailaora y coreógrafa María Pagés, presentando su espectáculo «Autorretrato». Es una antología de solos que la definen.

En todo el mundo hay artistas y hay gestores culturales dispuestos a hacer esfuerzos para presentarse en Nueva York. Son esfuerzos titánicos: cuestan una fortuna en dinero o en complicidad. La máxima responsable cultural del Ayuntamiento de Madrid, Alicia Moreno, describía ayer con una sonrisa cómo se urdió el «complot del Teatro Español» que ha llevado a María Pagés hasta el Baryshnikov Center.

Alicia Moreno llevó a María Pagés a ver el último espectáculo de la compañía de Mikhail Baryshnikov, Misha para los amigos, en el Teatro Español. La paseó flamenca y tentadora ante el prodigioso olfato del ruso para el talento. Funcionó. Misha se la llevó puesta.

Por supuesto se puede hacer esto una y otra vez. Pero Alicia Moreno cree que no es lógico mandar a la Niña, la Pinta y la Santa María en viajes separados. ¿Cuántas veces hay que conquistar América?

«Queremos poner un pie aquí y después muchos más, queremos abrir un puente artístico de ida y vuelta», afirmó ayer, bajo la mirada beatífica de Misha y la volcánica de María Pagés. De negro con abanico rojo, la artista derrochaba felicidad, más aún que por su espectáculo, por los diez días que va a pasar en el BAC como artista residente. Intercambiando experiencias con la coreógrafa Aszure Barton y con más bailarines contemporáneos. A ver qué sale.

¿Cuajará un espectáculo conjunto que luego se vea en España? María Pagés pide tiempo y «respeto». Le preguntan si no tiene miedo de que los puristas del flamenco la cuestionen. Misha se pica antes que ella: arguye que a él también le cuestionaban por sus interpretaciones libres de la danza clásica rusa, pero que sólo así, extendiendo los límites de la tradición, se logra que esta sobreviva. María se ríe y rememora que una vez ella ya bailó un tango con música de Tom Waits, «y me comentaron, oye, qué bien canta este negro».

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